“No solo consiste en organizar tareas, ni en buenas intenciones”– me decía a mí mismo. La lista de trabajos que Marta y yo habíamos redactado era infinita, había trabajo para 2 personas más, y ni tan siquiera podía contratar a una de ellas. Lo cierto es que me había replanteado en este último mes seguir con mi vieja rutina, y abandonar mi sueño. Quizás la idea de transformar este humilde despacho, o mejor dicho esta profesión, había sido demasiado ambiciosa para Marta y para mí.
Así, que esta mañana le dije a Marta que por el momento no nos reuniríamos para seguir avanzando en nuestro proyecto. Habíamos empleado mucho tiempo y descuidado algunas de nuestras más preciadas comunidades. Nos gustaba tener un trato cercano con los presidentes, y esto suponía emplear parte de nuestra jornada en el envío de emails con la información y gestiones recientes.
No me lo tomé como una derrota, si no como una espera. Sinceramente, me inquietaba mucho si esta espera pudiera ser excesivamente larga, e incluso pudiera congelar por siempre el deseo de cambiar mi vida, lo que significaba cambiar mi trabajo. Marta también se quedó helada y sorprendida. Parecía que el tiempo empleado se había convertido en tiempo malgastado, y claro, esto desmoralizaba a cualquiera.Las siguientes semanas fueron bastante extrañas. En los primeros días después de haber dado carpetazo a la “transformación”, sentía incluso vergüenza de dirigirme a Marta y de ordenarla alguna tarea.
Me sentía como si hubiera perdido toda la credibilidad en mi propio despacho. Me había dirigido a ella con tanta confianza y seguridad que este paso atrás era de lo más incómodo.Al cabo del primer mes y los sucesivos, Marta y yo olvidamos casi al completo nuestro reto. El viejo sistema de trabajo, tan antiguo y rígido, nos ocupaba casi la totalidad de la jornada laboral. Estábamos de nuevo sumergidos en las urgencias y en las prisas.Transcurrido el primer año desde nuestro abandono, y volver a hacer balance de nuestros clientes, nuevamente habíamos aumentado ligeramente la cartera. Era un dato que agradecíamos enormemente por poco que fuera.
¿Significaba esto que las viejas costumbres eran el camino correcto? – pensaba una y otra vez. Aunque había pasado mucho tiempo desde que redactamos aquella carta llena de objetivos ilusionantes, creo que no había día que no apareciera de nuevo en mi cabeza. Quería sentirme orgulloso con mi trabajo, dar a los clientes algo que jamás hubieran tenido, pero actualmente no sabía cómo conseguirlo.
Se había convertido en mi pequeña frustración. En mis pocos ratos libres, tenía por costumbre navegar por internet en busca de opiniones sobre otros administradores, de cómo gestionaban su cartera de clientes, de cómo distribuían los trabajos en la oficina, etc. Un día encontré un titular en el periódico que decía “las nuevas formas de gestión eficiente: la automatización de los procesos”Aunque no tenía nada que ver con el sector de la administración de fincas, me hizo reflexionar sobre como volver a poner en marcha mi gran sueño. Iba a retomarlo.